ALBERTO
DARIO VALENZUELA
EL
ÁRBOL DORMIDO
yaguarón
ediciones
YAGUARON
EDICIONES
Sello
Editorial no lucrativo
Pro-fomento
de la cultura regional
DIRECTORES:
Piero
De Vicari
Miguel
Ángel Migliarini
El
presente libro forma parte de la
Colección
Centenario del Natalicio
Del
Poeta ANDRÉS DEL POZO
Volúmen
n° 59
Diseño
Integral: Marianela Maisterrena
Tapa:
Pintura titulada: «Súplica»
De
María Cristina Morales
Alberto
Darío Valenzuela
Santiago
del Estero 44
2900
| San Nicolás
Buenos
Aires | Argentina
Queda
hecho el depósito Ley 11.723
I.S.B.N.
N° 987-9175-
YAGUARÓN
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de Correo 304
2900
San Nicolás-Buenos Aires-Argentina
IMPRESO
EN LA ARGENTINA-PRINTED IN ARGENTINA
ÁRBOL DORMIDO, ESPERANZA
MILITANTE
La
poesía es una voz en el desierto, un atrevimiento del alma, un ritual que
desnuda el interior para exhibir pensamientos, afectos y emociones en la
vidriera del lenguaje. Por eso la lectura de cada poesía o de una colección de
poesías es siempre un contacto con una vivencia interior y vital a través de
ese puente simbólico y sublime que constituyen las palabras. Es lo que uno
descubre al leer las poesías de Darío Valenzuela: nos abre la puerta de sí
mismo para mostrarnos sus pensamientos, sus ideas, sus luchas, sus
sentimientos, su pasado y su porvenir. Allí está todo lo que nos ha permitido
ver, lo que nosotros mismos tenemos la capacidad de descubrir, ya que la puerta
abierta exige alguien que ingrese, que se atreva a emprender el recorrido, que
deposite la mirada en cada detalle, que haga la hermenéutica de lo dicho y lo
velado. EL ÁRBOL DORMIDO Los árboles no duermen ni sueñan; o tal vez lo hagan
cuando, metafóricamente, se transforman en el lugar del refugio, de la lucha,
de la esperanza, de los sueños imposibles pero no por eso menos constructores
de futuro. Esa utopía necesaria es lo que le hace decir al autor: "Como
quien ve a los árboles, ¿quién los ve todavía?". El árbol dormido es la
metáfora de un futuro armado de esperanza, de justicia, de saludable revancha y
envuelto en las palabras que siembra, recoge y ensambla la poesía: "Y el
espíritu descansa bajo la sombra de un árbol nuevamente dormido". El
recorrido por las poesías de Darío permite descubrir una serie de temas que
atraviesan su vida y que milagrosamente las palabras han sabido recoger: Hay
una primera línea que une las diversas poesías vinculándola con un amplio y
antropológico sentido del amor: amor de pareja, amor de padre, amor filial,
amor político y social, amor y reconocimiento a sí mismo, amor ecológico, amor
necesario. Como si un torrente de ALBERTO DARIO VALENZUELA orfandad ecológica
lo obligara a salir a la búsqueda de los referentes, para compartirlos con
nosotros o para asociarnos de una manera cómplice en la búsqueda. Una fresca,
natural manera de correr los velos y hacernos contemplar su propia intimidad,
ese juego de afectos que solemos pudorosamente reservar para nuestra
intimidad y nuestros refugios. · Emerge una permanente preocupación social con
una piel particularmente sensible a todo lo que pasa y lo que nos pasa. Frente
a una vida repleta de hechos y noticias, Valenzuela transforma a muchos de
ellos en acontecimientos que necesitan ser revelados, decodificados ,
transformados en palabras. Es allí donde surge el filosófico asombro y la
poesía le pone ojos nuevos y nuevas resonancias al lenguaje. Irrumpe un
compromiso político amplio y generoso que se expresa en la condena a los
responsables ("Setenta EL ÁRBOL
DORMIDO veces siete oirán el mortal grito sagrado de mi pueblo"), la
apertura a la responsabilidad social, al llamado transformador, al fuego del
cambio ("¡El hombre siga su existencia y ame!" / "Y pacientes
esperan/ en las ruinas de la tierra/ las generaciones nuevas"). · Brota la
fidelidad a una geografía y a un espacio que asume el pasado de los primitivos
habitantes de este lugar, prolongándolos desde la historia hasta los sectores
más humildes y populares de las geografías suburbanas, recogiendo los intereses
y los recorridos teóricos del autor, siempre preocupado por desentrañar la
trama de nuestra cultura popular. Se insinúa de manera permanente, la apertura
a la palabra y al misterio como formas de apertura al ser. Y como el ser
siempre es escurridizo, evanescente, nouménico, se trata de circunvalarlo, de
rodearlo con palabras para poder apresarlo: allí aparece la voz ALBERTO DARIO
VALENZUELA de la vida y de sus dones: "El manso vuelo de la palabra
solitaria" / "El corazón encendido, otra palabra, otro verso, otra
poesía presta para cantar la vida". No es extraño que la poesía se
transforme naturalmente en juegos del lenguaje, constituidos en trampas
cómplices para renombrar el mundo y correr los velos del misterio, aproximarse
a la verdad, aun utilizando textos con resonancias religiosas (”Fue el
principio y el fin del quinto día"). Y allí se suceden palabras y giros
que se repiten para otorgarle identidad: espera/esperanza, árbol, tiempo,
silencio, soledad, piel, alta... o el cruce de los adjetivos que se asocian a
los sustantivos para encontrarle una resonancia especial: piel amanecida,
ósculo dormido, aire nupcial, besos
contenidos, soledad ejecutada, labios llagados, manos mudas, espíritu dormido.
La poesía se transforma en una particular perspectiva para contemplar la
realidad: como que desde ella todo adquiere otra dimensión y una nueva armonía:
"Te vi, EL ÁRBOL DORMIDO contemplé tu cuerpo en la poesía de la tarde”.
Conocemos desde hace mucho tiempo a Darío Valenzuela, sus trayectos formativos,
sus inquietudes, y sus preocupaciones en el campo de las ideas. Hemos
compartido además, ámbitos de trabajo, proyectos y perspectivas educativas, y
en torno a numerosos temas hemos podido dialogar abordando autores, visiones o
interpretaciones. Celebramos su voluntad de hacer públicos, de entregarnos
generosamente estos textos. Lo encontramos plenamente identificado en sus
palabras y en su poesía: está todo él en cada una de sus creaciones... y eso,
en suma, le da sentido y trascendencia a su producción: "Tengo una esperanza
sin nombre/ bajo el ala sumisa de mis sienes/ la voluntad suprema de los
versos/ corriendo por mis venas".
Jorge
Eduardo Noro
San
Nicolás, abril 2005.
“Si tu no crees en tu pueblo,
si no amas, ni esperas, ni
sufres, ni gozas con tu
pueblo,
no alcanzarás a traducirlo
nunca.
Atahualpa Yupanqui.
EL
ÁRBOL DORMIDO
GRITOS DEL ALBA
I
Bajo las hojas secas del árbol dormido
el Ángel
descansa una pena sin rostro.
El
sostiene en su mano blanca
el
aliento sin tiempo de un niño.
En su puño negro,
encierra
cenizas de barro,
esperanzas
viejas
de
otras primaveras.
Sobre cada ala un ruiseñor canta
una
melodía,
una
espera
de
dos mil siglos inmolados
que
se esconden en el confín rojizo
de
un tercer día.
El hálito
fermenta
el instante último de la tarde,
como
un ruego
tiñe
el cielo un trinar de duelo,
y
las cenizas
comienzan
a abrazar la víspera.
Los labios de la brisa empujan al delirio
de
una nueva oscuridad sin nombres,
y el
suelo se tiñe de dolor sin dueño.
Los
muros del tiempo
desgajan
la nada.
Algo estalla en la memoria del espíritu,
calla
el ruiseñor,
teme
el universo,
el
árbol despierta en los frutos,
el
destello final de la tarde detiene
su
lumbre.
La brisa sella sus labios.
Se
unen las manos.
El
Ángel decide.
El aliento
se
torna corazón en las cenizas,
y un
niño
desde
algún rincón sonríe.
El
universo gira entre las razones
sin
rostro del hombre.
La pena
es
un destello que se apaga
ante
el desafío de una nueva víspera.
Un
imperativo sobrevuela
la
última hora,
¡El
hombre siga su existencia y ame!
El
ruiseñor canta,
Y el
Espíritu descansa
bajo
la sombra de un árbol
nuevamente
dormido.
II
¡Oh miserables!
Que
entierran la dignidad del hombre
de
estas tierras
entre
bolsas de residuos y mentiras,
que
fermentan la persona con el abono
de
la nada
y
ciegan la justicia,
que
desangran las provincias unidas,
y
desoyen el grito de cacerolas vencidas,
que
aplastan carpas blancas,
y
condenan el futuro
al
éxito del imperio.
¡Los
condeno!
¡Oh
miserables!
mazazo
cobarde a la inocencia,
desnutrición
del pueblo.
Huesos
que no ven,
carne
que no habla,
sangre
que no escucha
sobre
el sillón de Rivadavia,
dirigencia
muerta,
¡los
condeno, responsables!
de
los pechos vacíos de una madre,
de
las vísceras informes del desocupado
de
nuestra Soledad ejecutada,
por
nuestras Cabezas,
por
la inseguridad social,
por
las pasarelas de muerte
que
silencian las voces
en
villas albas.
Llaga
apocalíptica del cosmos
¡los
condeno!
¡Oh miserables!
Que
siembran pesos labrados
entre
el sudor y sacrificio del obrero
en
otros pueblos.
Que
abonan nuestro suelo
con
la esperanza enmudecida del abuelo,
¡setenta
veces siete la Pachamama
vomitara
sus huesos,
salvajes,
bárbaros, hipócritas!.
Infértil será el suelo que robaron
hasta
que no entierren en él sus manos
nuevamente
los hijos de la tierra
setenta
veces siete oirán el mortal
grito
sagrado
de
mi pueblo,
y el
inmortal ruido de las cadenas rotas
sacudirá
sus espaldas,
por
cada niño que sacrificó su avaricia.
III
Manos vencidas,
semilla
de Babel,
bandera
desteñida,
lágrima
inocente que estalla
entre
sepulcros blanqueados.
El
poder es un padre miserable
entre
tus ruinas.
Quebracho
colorado,
brazos
abiertos,
polvo
sorteado
entre
los hijos del imperio.
El
hombre bueno es un sollozo débil
entre
la infamia, la corrupción y las promesas.
El
poder es una bolsa de monedas sin oídos
entre
tus tierras blancas y desnudas.
Ámbito sacral,
montes
soberanos,
cataratas
encendidas,
la
muerte es la voluntad,
que
extienden unos pocos
sobre
los campos vírgenes de la Patagonia,
sobre
las sierras dulces de la Pampa fértil,
sobre
las olas suaves del mar de plata,
sobre
las cumbres blancas
y el
frío infinito de los Andes.
Ámbito sacral,
suelo
celeste del Acuerdo,
espíritu
blanco del mayo desnudo,
el
grito sagrado se enciende en los sauces,
fermenta
sin tiempo en las uvas de cuyo,
retumba
sagrado,
triste,
hambriento,
en
el jardín de la república.
Como
león herido,
él
lame la carne de los niños vencidos,
los
mártires
clavan
la mirada en los culpables
y
pacientes esperan
en
las ruinas de la tierra
las
generaciones nuevas.
SALMOS DEL VIENTO
I
La vieja parca murmura
salmos
del viento
sobre
los cristales rotos.
Dividida
desangra sus instantes
en
el suelo
lo
que fue una rosa,
abraza
el agua
el
pie descalzo
de
la amada
y se
desdibujan
los
versos del amado.
Mientras
de azul
se
viste en una hoja blanca
el
destino.
Trepado a la ventana
estalla
el soberano
en
las entrañas de los vidrios.
En
las manos blancas
dos
pétalos descansan
sus
mañanas.
Revive la esperanza
de
ser rosa otra vez,
la
rosa.
El amado tiñe en hojas
blancas
sus versos.
El
destino de azul viste
su
andar sin prisa.
Un relámpago fulgura un instante
entre
sienes blancas.
Los
pétalos sin tiempo
se
desploman,
en
el oscuro vacilar
de
la esperanza.
Una
mano duerme para siempre
entre
los cristales rotos.
El amado
deja
caer hojas blancas,
en
un verso rojo,
sobrevuelan
cristales rotos
y la
rima grita
sobre
los pétalos marchitos
su
luto.
Despierta el poeta,
a su
lado,
inmóvil
la amada
del
lado
de
la rosa,
sonríe,
y
duerme
otra
vez
las
hojas
Blancas.
II
Un racimo de sombras
en
el ápice del alma.
Un
manojo de dolores incrustados
en
la savia de los huesos.
Un
persistir sereno
entre
los ecos tibios
de
voces de miel que invitan
a
habitar la palabra
de
los seres idos.
Un descansar la carne
en
el seno mutable
de
la Pachamama,
cresta
luminosa y sabia del espíritu.
La mirada del tiempo
midiendo
los espacios
donde
hundir la lágrima.
Pereza mutilada
en
el silencio del ángel
que
no pudo ser niño.
Mil cosechas pesando en la espalda
que
resiste encorvarse.
Penélope de sonrisas
navegando
en angustias de antaño
la
memoria imperturbable de la carne,
el
espíritu, sin embargo,
alzando
sus velas blancas
para
recibir el alba nueva
constante
se levanta.
III
Como quien ve a los árboles,
¿Quién
los ve todavía?,
así
te contemplo.
El tiempo en vos
vive,
y
juguetea en tus nidos como un pájaro.
Tus brazos, ramas tímidas
para
abrazar los retoños,
cinco
primaveras
del
pretérito seno de tu madurez tibia,
se
alzan imponentes,
para
sostener la sonrisa del nieto
que
te devuelve el alma del tiempo,
oportunidad
nueva.
Como quien se resguarda en las sombras
de
una copa desnuda,
¿quién
ama su frescura todavía?
Me
resguardo en la savia
de
tus sienes blancas
ávida
de perdones,
razones
viejas
que
duelen en el alma, todavía.
Me
resguardo en la savia
de
tus sienes blancas
donde
preparas la tierra, los hijos,
para
sembrar de nuevo.
Como quien lee en los árboles
el
ápice del cosmos,
¿quién
pudiera treparse?
Te
contemplo,
el
pensamiento perdido
entre
el carbón del domingo,
y el
eco infaltable
de
una radio Xeneise
resonando
en el quincho.
Una
brasa ardiente
madura
en tu espíritu
tu
don de buena gente,
¿quién
pudiera ser bueno,
todavía?
¡Hornero feliz!
¡arquitecto!,
¡maestro!,
¡soñador!,
¡albañil!
Murmuran
tus raíces
la
oración Blanca de una madre,
y
murmura mi existencia a tu presencia,
la
oración perpetua que mi alma esconde,
¡papá,
te quiero!
IV
Dejaré sobre tu frente tierna
un
manto de silencios.
Dejaré mi vino,
esencia
de viejas primaveras
derramarse
tibio
sobre
tu piel blanca.
Dejaré
mis labios
sobre
el mar dulce
de
tus ojos,
amaneceré
de
nuevo,
y
alzaré mis manos
hasta
el cielo fértil
árbol
desnudo
que
esconde entre sus hojas,
la
vida.
Dejaré
mis
manos
descansar
sobre
tus pechos vírgenes,
encenderé
los lirios
de
tu alma con un verso,
y al
fin,
recostaré
mi
sien sobre tu cuerpo
y
esperaré el día.
SOBRE EL ÁRBOL DORMIDO
I
Habrá una tarde en que los pájaros
canten
la zozobra del día
y
los puñales del sol cobijen
la
frente marchita de tu espalda.
Habrá otros umbrales que cruzar,
estigmas
del dolor florido
otros
nombres que ocultar en los nidos
del
tiempo, sin hálito, sin nada.
Tal vez el nido vacío de los nichos
que
destierra la memoria
se
encienda en el crisol
del
árbol dormido,
para
morir una vez más la tarde
y
teñir de crímenes
la
imperfección del hombre.
Tal vez los ojos de injusticia
se
doblen sobre mi rostro vencido,
sobre
mis labios llagados,
sobre
mis manos mudas
y se
seque para siempre el alba
en
mis raíces perdidas
tercero
excluido,
identidad
sin nombre
entre
civilización
y barbaries.
II
Una hoja blanca sobre la cara del día
resplandece
los brazos dormidos del gigante.
Alta
la melena que se mece
al
susurro de la mañana tibia que se alza
es
el trazo de una primera letra.
Garabatos mudos,
ángeles
celestes
que
cobijan el trino
de
los nidos,
que
habitan
de
almas
las
palabras,
alcen
al seno
de
una rima
la
inspiración
sin
tiempo,
cabalguen
sobre
los brazos del verso anonadado
la
furia del poeta
y
sean la sombra
de
sus letras
mi
tiempo.
GRITO TOBA
Silencio y soledad,
ámbito
aborigen
que
desgajan las opresivas normas
que
desangran el alma y la cultura.
Alientos
despojados,
tierras
sin gloria,
existencia
agobiada
de
ignorancias y de ruegos,
antiguo
linaje de dos mil años
que
lentamente apagan
los
gobiernos.
Silencio y soledad,
presente
imagen efímera
pie
de barro proyectándose al futuro
sin
el sólido aliento del pasado,
pasos
de la muerte
contemplados
impotentes,
en
la celebración
de
los días del encuentro.
Orgullo y lágrimas sin rostros,
embriaguez
del alma
en
los surcos antiguos
que
se ahogan en la espera
vacía
y estéril de una súplica.
Silencio y soledad,
ámbito
sacral que no libera,
rodillas
sometidas en la caverna del olvido,
universo
de sangre derramada,
tierra
original del Toba
donde
el estar siendo
es
grito del alma
del
que es
entre
las cenizas y las sombras.
CANTO A LA VIDA
Tengo una esperanza sin nombre
bajo
el ala sumisa de mis sienes,
la
voluntad suprema de los versos
corriendo
por mis venas,
tres
flores nuevas
entre
mil rosas marchitas
encendiendo
los vuelos
de
una rima.
Tengo el manso vuelo
de
una palabra solitaria,
un
blanco espacio sin tiempo
entre
los surcos fértiles
del
pretérito sin nombre.
Tengo la tinta presta
cantando
todavía,
una
fe dormida entre altares rotos,
una
canción de cuna amaneciendo,
tres
flores nuevas
entre
mil rosas marchitas
fecundando
el cosmos de una estrofa.
Tengo sabores viejos en el regazo tierno
de
la soledad desnuda,
la
necesidad de enjugar el alma
en
la soberana sombra del Quijote,
de
manchar de locura la razón inquieta
del
poeta,
y
andar con los versos
enmendando
entuertos.
Tengo
miedo de morir en los intentos
de
colmar las conciencias de los Sanchos,
de
ser aire nuevo entre los buenos aires
y
ser condena por pensar
del
que no piensa.
Tengo necesidad de amar la vida
que
el varón de la virtud reza,
de
alcanzar la cima de la poesía
entre
las tardes,
de
la mirada sagrada de la amada
y
las manos despertando
los
altares de su piel dormida,
de
la concepción del ósculo
en
la plegaria de su boca amanecida,
de
las sábanas blancas y la pasión vencida
sobre
tres flores nuevas
entre
las flores marchitas de la noche rendida
entre
sus sienes.
Tengo la imperfección del orbe
y el
canto de los ángeles
conjugándose
en el verbo,
una
plegaria alzándose
a
las tres de cualquier tarde,
el
presbítero inmortal en la memoria,
un
vuelo de paloma,
un
silencio sepulcral,
un
abismo,
la
oscuridad,
el
vacío,
y al
fin,
una
palabra rescatándome
con
su vuelo de paloma
y el
canto de los pájaros
volviendo
a la cima del verbo,
iluminando
el espacio de los seres
que
bendicen la vida, todavía.
Tengo mi esencia en odres nuevos,
la
vida que el buen varón bendice
entre
los versos,
la
mujer amada fluyendo entre los días,
y
que espera todavía
después
de mis batallas.
¡Ah,
mis batallas!
Gilgamesh
rabioso
que
muere y nace con los días,
versos
sin rostro que se alzan
y
que cantan la embriaguez
de
ser y no ser en las palabras,
locura
en la cordura oscurecida,
cordura
en la locura iluminada.
Tengo también
¡por
Dios!,
otra
existencia en la sonrisa de dos niños,
luciérnagas
que me esperan encendidas
para
cerrar la noche,
tres
flores nuevas
entre
mil flores marchitas
viven
en el alma de una rima.
Tengo una esperanza
sin
nombre todavía,
una
ofrenda entre los labios,
las
manos medio vacías
o
medio llenas,
¡qué
importa!
Tengo
la fidelidad despierta cada día,
el
corazón encendido,
otra
palabra,
otro
verso,
otra
poesía presta
para
cantar
la
vida.
CLAUDIA
I
El canto de un pájaro
señalaba
entusiasta
las
huellas soberanas
del
origen del día esa mañana.
El sol nuevo palpitaba
sus
promesas
sobre
nuestros párpados vencidos.
La mañana se enredaba amante
al
ocio de nuestras piernas desnudas.
El mar era un ósculo embravecido
que
llamaba al encuentro
en
nuestros cuerpos.
Nos amamos.
Y comenzó y terminó el primer día.
Un mate volaba entre las manos,
las
huellas se erguían tibias
en
la arena,
un
segundo,
dos,
tres...
y su
existencia
se
dormía húmeda,
bajo
la sombra fría
de
una ola.
Nos miramos.
Comprendimos de pronto la existencia.
Nos amamos.
Y
Comenzó y terminó el segundo día.
Una piedra entre la espuma
de
las olas
incrustaba
nuestros cuerpos
al
espacio sagrado de estar juntos,
y en
un beso involucramos
nuestros
sexos,
en
otro renovamos la promesa
de
estar juntos,
y en
el tercero consagramos
para
siempre aquel instante.
Y fue el principio y el fin del cuarto día.
La eternidad fue relámpago
en
el ápice de tu boca,
allí
bebí el tuétano del cosmos
y
penetré al mar
por
las vetas de tus ojos.
Allí
conocí el misterio de ser y no ser
entre
tus labios
y en
el ápice de tus manos.
En
mis sienes
reconocí
el gozo de estar enamorado.
Me abracé a la poesía
de
tus formas,
recorrí
cada verso de tu espalda,
naufragué
intencionalmente
en
las estrofas de tu pelvis
y
morí
y
renací
en el quinto día.
Desplomó su néctar
sobre
mis hombros
la
fragancia de tu pelo,
mis
manos,
ninfas
de tu geografía,
recorrieron
tu cintura
y
tejieron en tu rostro
una
sonrisa,
y
mientras todo era gris
y
lágrimas del tiempo
más
allá de la ventana,
nuestro
espacio se embriagaba
de
sol y flores nuevas.
Y
transcurrió el sexto día.
II
Tus ojos,
reposo
de miel,
roca
angular de la plegaria,
recostaron
sus instantes viejos
en
mi barca vacía
de
memoria.
Y te vi,
y
contemple
tu
cuerpo
en
la poesía de una tarde,
y
entre las cenizas tibias de un ocaso,
te
descubrí
pétalo
encendido
entre
mis sombras,
tiempo
sagrado en la finitud
de
mis plegarias
corriendo
entre mis venas.
Vi caer las noches
con
tus párpados vencidos
entre
sábanas revueltas todavía
después
de saciar la esencia de los sexos,
en
la cumbre del éxtasis,
del
ser y no ser,
del
principio y el fin,
del
grito desbordando lo infinito
hasta
el silencio vacío
de
los cuerpos dormidos.
Y
fue el séptimo día
cuando
supe que todo volvería
a
comenzar mañana
que
los días no admiten descanso
cuando
se ama.
INSPIRACIÓN
I
Sosegar la angustia
de
los años dolorosos
en
albas blancas,
cerrar
estigmas contemplando
el
madero de la infancia.
Esperar el día,
su
destello,
en
la mirada amada,
pronunciar
su nombre
a
las tres de la tarde,
despertar
en el alma,
la
calma,
admitir
al nuevo hombre
en
la palabra,
al
orbe inmaculado,
al
nuevo orden
y
ser en la esperanza,
el
amado.
Derramar sobre
la
arcilla blanca y virginal
el
ósculo vencido,
abordar
sus vacíos,
danzar
la rima sobre
sus
pechos dormidos,
cerrar
estigmas contemplando
el
espíritu dormido,
eso
es la poesía.
II
Cada día la palabra
duerme
sus batallas de espanto
en
la plegaria,
acaricia
el cauce que separa
la
realidad del sueño
y se
encarama al cántico nupcial
de
un verso.
Cada
día entre las líneas
desnudas
de tu tiempo,
cuando
el día aún es sombra
entre
las sábanas revueltas,
estallan
las palabras
en
la desnudez
de
tus párpados dormidos,
basta
un solo instante,
contemplarte.
Acariciar
el ápice infinito de la poesía,
amarte
en el cauce libre y virginal
de
las palabras,
extender
la rima
sobre
tu piel amanecida
para
nacer de nuevo
en
el cántico nupcial
de
un verso.
ARTIFICIOS
Sobre una amarga ausencia
llovió
diciembre una vez más
sobre
los ojos.
Rabioso el aire nupcial
de
la plegaria
se
alzó al instante ínfimo
de
la noche,
y
fue palabra el dolor
de
tanta gente.
La inconsciencia
vistió
una vez más su máscara de muerte,
cabalgó
sobre el instinto
de
los cuerpos,
esperó
su momento
en
el rincón fatal
de
la razón dormida
y
parió el espanto
artificial
sobre la noche.
Mojó el infame
su
espada de fuego
en
la inocencia que dormía
sobre
el piso irracional
de
la locura,
y
fue feroz su filo
arrancando
el
alma
de
los pequeños cuerpos.
La
noche,
entre
campanadas de espanto
anunciaba
su fin a las doce,
la
inconsciencia
hastiada
de muertes
dejó
caer su espada
de
humo y de miseria
por
última vez
sobre
el racimo
de
cuerpos mutilados.
Llovía diciembre una vez más
sobre
los ojos,
para
algunos comenzaría el nuevo día
reconociendo
el día final
en
la ausencia
de
las almas
desterradas
del infierno.
FIN DE MILENIO
Furia de razones contenidas,
noche
oscura, canto de cigarras,
mudez
del alma, naturaleza queda,
yo
espero.
Huestes de estrellas sin mañanas,
magníficat
de amor y albas,
dríadas
y vírgenes dormidas,
almohada
enmarañada de horas,
yo
espero.
Grito de lujuria,
avidez
de amar, besos contenidos,
miradas
encontradas,
dulzura
derramándose y hastíos,
yo
espero.
Rabia en los sentidos liberados,
amaneceres
muertos en la espalda,
palabra
y testimonios enfrentados
hábito
carcomiendo inocencias,
sollozo
del hombre arrepentido,
yo
espero.
Bóveda
celeste,
averno
y cielo,
esperanza
en el miedo,
amaneciendo,
días
de un milenio que se acaba,
fin
y principio descubiertos,
yo
espero,
simplemente
espero
la
agonía.
VILLA PULMÓN
Tierra de varones provincianos
que
peregrinaron su esperanza
hasta
la costa nicoleña.
Tierra de vientres fecundos
que
supieron generarse el pan
en
las huertas de los ranchos,
sol
de enero quemando las espaldas,
eterno
sapucay entre los labios
forjando
el alma de los niños,
en
el dolor marginal
de
indiferencias.
Misa dominguera,
patio
de tierra,
ancianos
de sombras,
viejos
paraísos
contemplando
la tarde
sabor
de tereré
sin
tiempo
en
la yerba fresca.
Niños descalzos,
pelotas
de trapos
soñando
el gol que las distinga.
Niñas luciendo trenzas nuevas,
acunando
sueños entre las muñecas rotas.
Jóvenes entre tímidos y zonzos,
aventurando
el primer beso
en
la mentira blanca de la presunción,
primeros
años.
Adolescentes que ríen.
Madres
barriendo,
improvisación
de los altares
viejo
tronco,
sauce
dormido.
Rostros curtidos
mostrándose adormecidos,
truco
siestero,
vino
tinto amaneciendo entre guitarras.
Chamamés
tejiendo lunas.
Mi villa es un encuentro sereno
con
el Cristo,
las
manos vencidas del presbítero
que
se alzan en la consagración
de
los instantes
que
hoy se llenan de nostalgias.
Mi villa es hoy un majestuoso templo
que
se alza,
sobre
la ceniza derrocada
cimientos
a orillas del viejo río que murmura
el
sapucay que alcanza el manto celeste
de
la Madre,
imágenes
de mi alma
amasada
entre el adobe,
el
sudor, la súplicas y las huertas.
SENTIRES
Espíritu inmune,
materia
tendida,
paciente,
quejumbrosa,
queda.
Vulnerable aliento,
cuerpo
que llora,
lejos,
derrotado,
sensible,
impaciente,
frío.
Hálito inquieto,
masa
tendida entre hojas secas,
agotada,
blanca,
aturdida,
débil.
Sosegado principio,
fundamento
desgajado de heridas,
distante,
sereno,
sigiloso,
tibio.
Razón iluminada,
sombra
revuelta,
polvo
húmedo,
inerte,
frío,
desnudo,
sangra
silencioso
el
misterio de tu espacio fértil,
tiempo
sacral
donde
el génesis estalla nuevamente.
Soplo sin forma,
soma
encadenado,
vital
es la armonía de la rima,
imprescindibles
las razones
de
la filosofía,
para
vivir y sentir en la libertad
del
otro cuando se ama.
VERSOS DE ARENA
I
Olas
bravías,
secuencia
de dolores ancestrales
que
estallan en la arena,
templos
y cúspides furiosas,
sienes
olímpicas del imperio vencido,
la
memoria fluye en la palabra
que
ruge entre las hojas blancas.
Suave ondulación de cuna
que
socavas la roca;
¡amo
cuando estallas,
bronca
dormida de batallas,
auge
supremo
del
renglón desnudo!
Serpentina del tiempo original
de
Tales,
tus
ninfas,
vírgenes
sedientas
entre
las olas
coronan
de versos y corales
la
frente de Alfonsina.
Extiende la palabra del poeta,
el
tiempo,
retoño
de infinitos,
ser
y no ser
entre
las cosas
causa
primera de los siglos
es
el dilema,
diadema
de la mano creadora
que
enciende
en
el ocaso
razones
a la duda.
II
El color del verano
tiñe
los instantes viejos
de
memoria.
Cabalga la figura tiesa
del
año vencido
un
amanecer nuevo
y
canto,
a la
desnudez del alma
al
oído soberano
de
los días,
a la
estupidez infinita
del
soberbio,
a la
muerte sacral
de
los que creen,
al
desierto inmortal
de
la justicia.
El color del verano
tiñe
instantes viejos
de
memoria,
medio
vaso lleno
basta
para retornar
a
veces
a mi
credo,
y
canto
a la
arena finita
del
ocio entre los días,
al
amor que ya no sangra
entre
las manos,
a la
mitad buena
que
en algún lugar
del
ser descansa.
NAHUEL
Es el fragante espacio
donde
sonríe mi existencia
enredada
entre sus juegos,
una
mano que se estrecha al nuevo tiempo,
un
vuelo del pensamiento hacia la esencia,
una
plegaria hecha carne entre los cuerpos,
una
mirada de Dios a mis pobrezas.
Él, es energía desatada
que
deambula los pasillos estrechos
de
la tolerancia,
ternura
blanca, franca, ilimitada,
de
quien se sabe amado
cuando
abraza.
Él te estremece el alma
cuando
en sus labios brota,
y
con un vuelo de pájaro,
suave,
puro, sin tiempo,
estalla
en tu mejilla, el beso.
MAILEN
Ya
llegas,
muda
el alma contempla
el
misterio de tu existencia
en
el vientre de la amada.
Yo espero,
con
las manos llenas
de
ternuras aprendidas
de
tu hermano.
Ya llegas,
la
esperanza canta en mi almohada,
dibuja
rostros en el sueño
y en
los espacios vacíos de la casa.
Yo espero,
con
la imaginación despierta
y tu
hermano cabalgando
entre
mis cuentos,
de
donde ya eres princesa.
Ya llegas,
el
amor se asombra y busca en sus rincones,
un
perfume de niña que delate tu presencia.
Yo espero,
en
el primer día del mes undécimo
de
esta primavera,
ocaso
del milenio que a mis brazos
dona
tu existencia.
Ya
llegas,
y mi
desesperación por verte,
y la
mudez del alma,
y la
esperanza de tenerte,
y la
angustia y la ansiedad de tu hermano,
y
las ilusiones de mamá,
son
simples oraciones
que
dicen que te amo.
Yo
espero,
por
siempre te espero.
MAMSERVAL
Amigo,
que
tu compañía
me
ilumine el alma
y
sea agua fresca
en
mis desiertos.
Que el tiempo
que
me ofreces
sea
canción
entre
las cuerdas de guitarra.
Que las manos
del
viento
afine
la memoria
cuando
las sombras
acaricien
nuestros años,
y
podamos,
al
final del recorrido
descubrirnos
juntos
cerrando
la plegaria
de
la vida
en
una zamba.
EL ÁRBOL DORMIDO
Prólogo.........................................................................................................................4
Gritos
del alba
I....................................................................................................................................9
II..................................................................................................................................11
III.................................................................................................................................13
Salmos
del viento
I...................................................................................................................................15
II..................................................................................................................................17
III.................................................................................................................................18
IV................................................................................................................................20
Sobre
el árbol dormido
I..................................................................................................................................21
II.................................................................................................................................22
Grito
Toba..................................................................................................................23
Canto
a la vida...........................................................................................................26
Claudia
I..................................................................................................................................29
II.................................................................................................................................32
Inspiración
I..................................................................................................................................34
II.................................................................................................................................35
Artificios......................................................................................................................36
Fin
de Milenio.............................................................................................................38
Villa
Pulmón................................................................................................................40
Sentires.......................................................................................................................42
Versos
de arena
I...................................................................................................................................44
II..................................................................................................................................46
Nahuel........................................................................................................................48
Mailen.........................................................................................................................49
Mamserval..................................................................................................................51
COLOFÓN
El libro «EL ARBOL DORMIDO»
del escritor
ALBERTO DARIO VALENZUELA fue
impreso a
pedido de Yaguarón Ediciones
en Gráfica
Industrial S.R.L.,
terminándose de imprimir en
el mes de setiembre del año
2005.
Tirada de la edición: 200
ejemplares.
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